Que tu piel es blanca, como esta mañana de enero, demasiado hermosa como para ir a trabajar.
El despertador sonó estridentemente, o eso le pareció a Marcos. Un cuerpo cálido se revolvió entre sus brazos y apagó el reloj dando manotazos a tientas. Marcos abrió los ojos definitivamente y lo primero que vio fueron los de ella, cerrados todavía por el sueño. Respiraba tranquila, la estancia era un bálsamo de paz, su pelirroja había vuelto a dormirse. Se entretuvo observándola. Le encantaba su piel blanca, y la peca que tenía en el labio superior. Sus largos bucles desordenados y la forma en la que siempre se le caía por el hombro el tirante derecho de su camisón. Hasta que la luz que se colaba sin permiso a través de la ventana se hizo lo suficientemente intensa como para despertarla. Maldijo al sol por atreverse a enturbiar la tranquilidad que aquel rostro pálido mostraba en sueños. Le hizo gracia, porque en su despertar, encantador como todo en ella, arrugó el gesto, como haría un gato desperezándose. Abrió por fin los ojos, aquellos ojos almendrados. Ojos de los que sin remedio, se había enamorado. Unos ojos que se sorprendieron, porque otros los observaban primero. Carolina se sonrojó. Y eso a Marcos le encantaba.
- Buenos días- respondió ella a su mirada, sonriendo.
De repente un miedo atroz lo inundó, un terror abrumador a perder aquella sonrisa.
-Apaga ese reloj, el móvil, no enciendas el portátil y no vayamos a trabajar. Prométeme que hoy no vas a ser de nadie, nada más que mía. Prométeme que esa sonrisa no se la dedicarás a nadie salvo a mi, prométemelo.- dijo incorporandose, con la ansiedad tintando su voz.
-Yo también te quiero- susurró Carolina, sonriendo más ampliamente e incorporandose tambien.
El miedo se había esfumado casi del todo. Fue un beso el que lo desterró por completo.
